HISTORIA
RECUERDOS DE:

PRIMER DIRECTOR DEL HOSPITAL "SAN ESTEBAN" RELATA LA HISTORIA DE LA MEDICINA EN CAÑETE

Lo aquí contado fue en mérito a la distinción que recibiera a nivel nacional el recordado Hospital cañetino.
El antiguo Hospital San Esteban fue fundado el 16 de octubre de 1931, teniendo como primer Director al doctor Alfonso Oyaneder Luna, destacado médico traumatólogo de la época, quien en una notable disertación efectuada el 7 de octubre de 1936, realizó una detallada exposición de lo que fue la historia médica de Cañete, entremezclando su relato con pasajes de la Historia de Chile y de paso recordando algunos vecinos del pueblo de aquel entonces.
La Revista de Asistencia Social de la Asociación Chilena de Asistencia Pública, el año 1937 destacó en sus páginas lo siguiente:
"Este pequeño Hospital que el año pasado obtuvo la mención honrosa de la Asociación Chilena de Asistencia Social por sus bien prestados servicios exteriorizados por ser el Hospital de la República que menor cifra presentaba de días-estada de enfermos, celebró el día 7 de octubre el Día Nacional del Hospital, con un vermouth de honor que en ese día domingo ofreció el director de la institución doctor Alfonso Oyaneder, a los vecinos de esa ciudad.
Todo lo más caracterizado del pueblo concurrió a él, se inauguró la reja de acceso al hospital nuevo, la portada, las pérgolas y el parque recién diseñado, como así mismo el servicio completo de fisioterapia (rayos X, diatermia, electroterapia, luz ultravioleta, etc.).
Con esta ocasión el director hizo una improvisación sobre la historia médica de Cañete, basándose en antecedentes que le proporcionaran antiguos y respetables vecinos del pueblo y que copiamos en seguida."
Disertación del doctor Alfonso Oyaneder Luna.
“En este mismo sitio que hoy nos cobija para celebrar por segunda vez el Día Nacional del Hospital, parece encontrarse impresa todavía la planta audaz del conquistador. Emplazada en el histórico Fuerte de Tucapel y ocupando el mismo sitio en que la audacia castellana se estrellara contra la valentía homérica de Arauco, única raza que durante cuatro siglos mantuviera invicto su ideal de libertad en América, se levanta hoy día esta Casa en que tiene un eco tan profundo el dolor humano.
Cuatro veces casi centenario nuestro pueblo de Cañete, fundado pocos años después la muerte de don Pedro de Valdivia ocurrida en esta plaza, y que lleva el nombre de un marqués que fue de España y a quien su hijo, don García Hurtado de Mendoza, rindiera sentido homenaje, fue otras tantas veces quemado por la indiada rebelde y temeraria.
La actual planta de la población data de la segunda mitad del siglo pasado, habiendo sido la planicie de El Reposo, hoy verde de trigales, donde fue destruida la última vez. Con el fin de resistir las embestidas de los araucanos indóciles, que hasta hoy día pasean sus chamales por el pueblo, se levantó rápidamente una plaza militar. El segundo y el Séptimo de Línea, regimientos que al presente están recordados con el nombre de dos calles, tuvieron su cuartel el edificio ocupado por la Comunidad y la Despensa de este establecimiento, la llamada Casa de Pólvora, o sea, la Santa Bárbara del regimiento, ocupaba lo que es hoy Lavandería, así se comprende que esta parte de la construcción sea de molde antiguo, que su techumbre deje ver en descubierto vigas redondas hoy día en desuso, pero a pesar de la añejez de sus años, todo se conserva reluciente y rejuvenecido, sus gruesos vigotes de pellín de roble se encuentran intactos y es capaz de contener la grandeza sublime de estas sagradas mujeres que han renunciado a la vida para entregarse de lleno a devolvérsela a nuestros pacientes.
Las principales casas del pueblo fueron construidas por militares. La casa que es de propiedad de las señoritas Maldonado, enfrente de la Plaza de Armas, fue construida nada menos que por el entonces Capitán don Estanislao del Canto, el héroe de Pozo Almonte, Placilla y Concón, triunfos que confirmaron el éxito de las fuerza constitucionales sobre el gobierno de don José Manuel Balmaceda. Al capitán don Estanislao del Canto fue a quien correspondió llevarse al último de los regimientos de Línea, más o menos el año de 1877, quedando en su reemplazo la llamada Guardia Cívica y la cual perduró hasta la Revolución del ’91, siendo más tarde disuelta por su carácter de Balmacedista. El Sargento Mayor don Eugenio Campos fue durante algún tiempo el jefe militar de esta guardia, suicidándose por motivos particulares.
La casa que hoy llamamos el convento viejo, a pocos metros de este sitio, fue en su época una gran mansión señorial construida por el capitán Villarreal, y la casa que es hoy de las señoritas Rodríguez, lo fue del Mayor Salvo.
La medicina de la época fue ejercida por el doctor Keed, de nacionalidad inglesa, y que era el cirujano de los regimientos con residencia en Lebu.
Efectuaba viajes periódicos, tanto a Cañete como a Angol, haciendo largas y penosas jornadas a caballo y, según se dice, había muerto justamente en unos de estos viajes a causa de una indigestión por huevos.
En sus largas ausencias, desempeñaban la profesión médica algunos curanderos que llegaron a gozar de fama.
Entre éstos, el Cholo Domínguez gozó de gran prestigio. Según se susurraba, habría sido médico titulado en la Universidad de San Marcos, pero que ocultaría tanto su nacionalidad como su título, por miedo de parecer poco docto. Prefería vivir aislado y retraído en la casa que fue de Villarreal entregado a la atención de enfermos y la preparación de pomadas y pociones en la botica de su propiedad. La quebradura del empacho, el uso del calomelano y del azogue constituían su panacea habitual de curandero.
Don Jacinto Lermanda, que era uno de los primeros pobladores, fue también un herbolario afamado que veía enfermos y vendía remedios en su botica propia. Habitaba justamente la casa en que el infrascrito vive hoy día en la esquina nor-poniente de la Plaza de Armas. Junto con la homeopatía se dedicaba con entusiasmo y fe a la explotación de los lavaderos de oro en Epumallín, Cerro Alto y Caramávida, en sociedad con don Raimundo Rodríguez.
La señorita Natalia, una de las varias hermanas solteras y de edad con que vivía, lo sustituía con éxito en el despacho de las fórmulas magistrales durante sus largas ausencias.
A este período mitad empírico y mitad militar de la medicina cañetina, era preciso ponerle fin, y fue un francés ilustre oriundo del país vasco a quien correspondió el honor de hacerlo. Se llamó este francés filántropo y previsor, don Alejo Greziet. Casado con una chilena, dedicado a la agricultura, arrendatario de Lonconao y Tucapel, hombre práctico y muy trabajador que sentía la necesidad de dar expansión a su espíritu generoso, resolvió solicitar del gobierno el local que los regimientos habían dejado desocupado hacía cuatro años y allí, en 1882 fundó propiamente la primera sala de hospital en Cañete. Fue él quien aunó las voluntades y las iniciativas dispersas de bien público para crear un modesto hospital de caridad y que empezó a funcionar en la ya citada cuadra de los militares que es hoy *Comunidad y Despensa. La Casa de Pólvora fue transformada en Lazareto.
Durante varios años don Alejo Greziet fue el administrador tenaz y generoso de este hospital fundado por él. Más tarde fue asesorado por otros franceses eminentes como lo fueron don Juan Bautista Pouchouc, acaudalado comerciante, cuya tienda estaba en esquina encontrada con el actual Club Social, y don Ramón Raval, entonces jefe de la Casa Duhart y más tarde el cautivo descubridor de las minas carboníferas de Curanilahue.
El primer médico titulado en nuestra universidad que ejerció en Cañete y trabajó en el Hospital recién creado por don Alejo Greziet, fue un hijo de este pueblo, el doctor don Emilio Aguayo Villagrán, hijo del conocido comerciante y agricultor don Félix Aguayo. Durante unos diez años trabajó en su pueblo natal a partir de 1882.
Eran los años benditos en que el médico pasaba dos veces a la semana visita hospitalaria y el resto del tiempo reemplazaba el practicante del hospital, que a la vez era el mayordomo, don Raimundo Herrera y que fue por espacio de más de 20 años practicante del Hospital, con fuerte conocimientos es cirugía menor y enorme bondad, que los enfermos pagaban con creces mediante obsequios de pavos mechones y huevos frescos. El practicante Prieto que aún vive en Los Álamos, encariñado con el arte de cura, le sucedió por el término de otro buen número de años. Los emolumentos, todavía más exiguos que los de hoy día, no los atraía tanto como la placidez de aquel sitio de dolor.
El doctor Emilio Aguayo no tiene más méritos que el haber sido nuestro primer médico recibido en la Escuela de Medicina. Pertenecía a una rancia familia conservadora y con grave perjuicio para su profesión, no pudo sustraerse completamente a las inclinaciones políticas de su padre, participando en las luchas electorales.
Durante algunos meses de ausencia en Santiago, donde contrajo matrimonio, fue reemplazado por el doctor Matamala, de Arauco, que pasó por el pueblo sin dejar recuerdos.
El doctor Aguayo fue también el primero que estableció una farmacia propiamente tal. Vivía en la esquina encontrada con la actual Botica Sagardía, e instaló su botica a cargo de un práctico más o menos a mitad de cuadra de la actual Farmacia Tucapel. Cuando más tarde él se retiró a Santiago, dejó instalada su farmacia en competencia abierta con la yerbatería de don Jacinto Lermanda.
En las postrimerías de la administración de don Domingo Santa María, más o menos el año 1885 o comienzos de 1886, se construyó e inauguró el edificio que hoy llamamos "el hospital viejo".
Fue su gran propulsor el gobernador de Cañete don Esteban Iriarte, en cuya memoria el hospital lleva su nombre, no obstante que haciendo estricta justicia, su verdadero fundador lo había sido cuatro años antes do Alejo Greziet. Ese gobernador aprovechó la circunstancia excepcional de haber sido profesor de algunos presidentes de la república para obtener los fondos fiscales suficientes que le permitieran construir el edificio, así como un año antes había fundado la colonia alemana de Contulmo. Hasta hace dos años, este viejo caserón se componía de dos salas con un crucero central y unido por un corredor a la cuadra de los militares. Salas de formato anticuado, enormes, muy altas, con ventanas que están casi en el techo y que desde afuera hacen la impresión lúgubre de cárcel, pero que en su época constituía el desiderátum en construcción hospitalaria. La sala del lado sur fue demolida por el infrascrito a fin de dar acceso al hospital nuevo y hacer un parque.
La inauguración de este edificio reunió en un animado baile a cuanto demás selecto tenía la sociedad, siendo sus madrinas la señora del gobernador doña Albina Millán de Iriarte, a la señora del administrador del Hospital madame Greziet, la señorita María Ríos, la madre del médico del Hospital doña María Villagrán de Aguayo, doña Clorinda Sanhueza de Gajardo, doña Virginia Brandt de Maldonado y otras.
El benemérito fundador del Hospital de Cañete, don Alejo Greziet, falleció súbitamente más o menos en el año 1888, dejando para la posteridad el recuerdo imperecedero de su obra magnífica.
Después del retiro del doctor don Emilio Aguayo, el pueblo quedó sin médico por espacio de tres años en que los herboláreos y curanderos volvieron a hacer su agosto, curando a veces, empeorando las más, pero siempre procediendo con muy buena voluntad.
El año 1895 llega a establecerse el segundo médico titulado, que lo fue el doctor don Benjamín Vásquez Solano, hombre de vasta ilustración, con la experiencia de sus 50 años y el dolor de una tragedia en su vida que lo traía relegado a este pueblo. Fue buen médico, orador elocuente, y audaz político balmacedista. El periodismo no dejó de sonreírle y sus ansias de cultura lo convirtieron en el profesor de sus propios hijos. Es preciso recordar que durante esos años todavía no existía línea férrea de Curanilahue y que los viajes de los niños a los colegios de Concepción debían hacerse por jornadas por el camino de Los Patos o de Villa Alegre con los sacrificios que es de calcular. El doctor Vásquez había escrito también una obra didáctica premiada por el Supremo Gobierno y en uso en la Escuela Normal de Preceptores de Chillán.
Su afán politiquero y su sátira mordaz como presidente que fue durante todo el tiempo de su partido político, lo llevó a crearse de amigos tan fervientes como de cordiales enemigos. Es fama que la esposa del alcalde don Joaquín González, cuñado de su antecesor, había fallecido sin asistencia médica debido a estos mismos enconos políticos. En su época hubo otros médicos que pretendieron trabajar simultáneamente con él, pero no pudieron avenirse porque la politiquería del doctor Vásquez era furibunda, quien siempre vencía quedándose solo en la plaza. Primero fue el doctor Gómez o “maestro Gómez” como lo llamaba irónicamente su colega y, después el doctor don Vicente Rojas, residente hoy día en Concepción, quienes cedieron ante esa clase de lucha. He aquí al hombre con sus méritos y con su pecado. El doctor Vásquez permaneció en Cañete durante unos 13 años, hasta 1908 en que se fue a Pitrufquén donde falleció.
El doctor don Alberto Villegas le sucedió durante unos tres años, hasta poco después del centenario. Es propiamente el primer médico apolítico de este pueblo, que ejerció con talento, sin rencillas y que se retiró dejó un buen recuerdo después de casarse con una distinguida señorita de la localidad. Su carrera médica ulterior ha confirmado corresponder a la de un profesional eminente, la Caja de Seguro Obligatorio lo tiene hoy día al frente de una importante sección médica.
Después de la corta y brillante estada del doctor Villegas, viene otro decenio de actuación de médicos políticos con evidente perjuicio para la profesión . El pueblo quedó sin médico durante un cierto tiempo hasta que llegó el doctor Pedro Macuada, radical furibundo, gran clubman que permaneció durante varios años alternando sus sagradas labores de médico con las escabrosísimas actividades políticas en un pueblo chico, que no hacen sino abanderizar en dos bandos a quienes en cualquier momento pueden solicitar sus servicios profesionales.
Durante algún tiempo ejerció también el doctor Humberto Casili, y como había pasado en la época del doctor Vásquez, tampoco tuvieron avenimiento, en virtud de lo cual el médico que estaba en el pueblo lograba desalojar al que llegase posteriormente. Cañete ha sido, sin embargo, afortunado en tener médicos cultos y algunos hasta escritores galanos. El doctor Casili era poeta y tenía escrito un libro de poesías líricas “Dos almas unidas” en colaboración con su esposa que era también poetiza, después siguió la carrera política representando en la actualidad al partido socialista en la Cámara de Diputados.
El doctor Pedro Macuada, médico del hospital, se retiró disgustado con la mitad del pueblo que no era su partidario político en la época en que el partido radical llegaba a su apogeo con representantes insignes en el célebre grupo de jóvenes denominados “Los pumas de Cañete”. Trasladado a Lota escribió un libro audaz llamado "Lota Feudo" y según se dice no alcanzó a ver la luz pública porque la Compañía afectada con dicha publicación, lo habría retirado íntegro de la circulación. Después de eso el doctor Macuada se habría ido a ejercer a Valparaíso.
Fue Durante la época del doctor Macuada, el año 1915, que se estableció por primera vez la Comunidad de Hermanas
Hospitalarias que gobierna hasta hoy día esta casa. Sor Trinidad fue la primera Superiora del Hospital, pero el estado de intransigencia de la época las obligó a retirarse.
Durante un corto tiempo subsistió una administración laica, pero muy pronto el espíritu previsor del doctor Julio Terrazas, más o menos en 1920, comprendió la necesidad de establecer definitivamente a aquella misma comunidad.
El largo período de intolerancia y apasionamiento político de parte de sus médicos, apenas interrumpido por la corta y honrada estada del doctor Villegas, termina en Cañete con el primer gran médico absolutamente apolítico, que ha dejado recuerdos imperecederos en esta región, orgullo de nuestra ciencia médica, cirujano valiente y atrevido, cuyo nombre se venera con respeto y cuyo paso está marcado por huellas indelebles en este hospital. Me refiero al eminente médico doctor don Julio Terrazas, actual médico de la Beneficencia de Traiguén.
Esa pasión política que encona los ánimos en las grandes ciudades, es sencillamente desgraciada cuando es abrigada por un médico que ejerce en un pueblo como Cañete; tarde o temprano tiene que venir el hombre que ha de ponerle fin y encausar el ejercicio médico por el verdadero sendero de independencia y altura de miras. Si más tarde hubo un florecimiento regresivo de esta clase de ejercicio, a tiempo hemos venido con voluntad de acero a impedir que esa mala semilla de la politiquería continuase prosperando impunemente en el inmaculado campo de la medicina. Por eso estimamos que el doctor Julio Terrazas hizo un bien incalculable a este pueblo, porque junto con traer los progresos más recientes de la medicina, ser el primer gran cirujano general de Cañete, le enseñó a conocer lo que debe ser el verdadero médico en su majestuoso apostolado, dedicado íntegro a su profesión por amor y por vocación.
A él debemos la adquisición hecha en Francia de la instalación de rayos X con que cuenta este hospital, mediante la suscripción de todos los vecinos. Desde su misma llegada que lo fue en 1919, logró reunir en torno a su prestigio a las personas más dignas del pueblo, y cada cual quería superar en cooperación. El administrador del hospital don Jorge Petit-Laurent, jefe de la Casa Duhart, fue su gran amigo y colaborador, entusiasta como pocos y que se interesó vivamente por el progreso del establecimiento.
Se construyó un pabellón de operaciones , hoy día en desuso después de la dotación del nuevo, se compró el primer autoclave que prestó señalados servicios durante 12 años, se adquirió instrumental quirúrgico y se ejecutaron las primeras grandes operaciones abdominales. Quien conoce este pueblo aislado y sin vía férrea, comprenderá la estimación y endiosamiento que se puede dispensar a un médico que ofrezca plenas garantías y comprenderá también que en aquella regresión a que hemos hecho referencia, la falta de estas condiciones fue decisiva.
El doctor Terrazas se dedicó al estudio y al perfeccionamiento ; merece todo nuestro respeto y admiración.
Restableció, además, la administración de la Comunidad de Religiosas, con evidentes ventajas para la buena marcha
del servicio. El año 1924 se retiró a Lebu y muy pronto a Traiguén donde goza de merecido prestigio.
El doctor Lisandro Fuentealba ejerció en Cañete desde 1924 hasta 1928, quien, encontrando marcada por su antecesor la ruta de progreso, trabajó con tesón, operó con bastante brillo, dejando vislumbrar su afición de especialista otorrinolaringólogo. Siempre en colaboración con los administradores insignes que la Casa Duhart ha proporcionado durante su larga existencia, construyó el pabellón de maternidad que se encuentra en actual servicio.
La historia ulterior de este hospital y que el infrascrito vive desde 1932, es demasiado reciente para que necesitemos refrescarla, nos asiste plena confianza que en la posteridad sabrá juzgar con juicio sereno y reposado si ha existido un traspié en la marcha médica o si más tarde se ha sabido encontrar la verdadera ruta que dejara señalada la preclara inteligencia del doctor Terraza y la sabia continuación del doctor Fuentealba.
La Dirección de Asistencia Social no ha podido tener idea más acertada que la de fijar un día en el año para agradecer a sus benefactores. Así como el año pasado tracé la historia de la Beneficencia Pública desde aquella fecha primitiva en que se construyera en Santiago el Hospital de Nuestra Señora del Socorro, así como hoy día he trazado con los defectos inherentes a una improvisación la particularísima de Cañete, puedo anticipar, como una primicia, que el año venidero en esta misma fecha, y con la férrea voluntad con que defiendo la causa de la justicia, habremos de rendir solemne homenaje a todos aquellos hombres que en el transcurso de medio siglo han hecho la grandeza de este hospital.
Desde hoy mismo, la Sala de Hombres se llama “Alejo Greziet”, porque este francés generoso fue a quien cupo el honor de iniciar la primera actividad hospitalaria en Cañete, probablemente para albergar a los vagabundos o a los hombres sin amparo de esta tierra. La Sala de Mujeres se llamará y se llama desde este mismo instante “Jorge Petit-Laurent” porque al dejar proyectada la sala de maternidad porque sus ojos no alcanzaron a ver al sorprenderlo la muerte súbitamente, fue como padre, cariñoso, tuvo siempre piadosa compasión por la mujer que sufre. El servicio de Fisioterapia que hoy habéis visitado, dotado de rayos X y demás aparatos electromédicos con que el infrascrito lo ha complementado, se llamará “Doctor Julio Terrazas”, porque su nombre será siempre lema de progreso.
Y por último, para hacer justicia por entero, no debemos olvidar tampoco a los humildes que han sacrificado hasta su vida en bien de la humanidad. La sala de aislamiento se llamará, pues, “Faustino Cuevas Carrillo” que fue aquel muchacho joven que desde su puesto de portero, el más humilde de todos, cayó víctima del tifus exantemático durante el año pasado, contraído en actos de servicio en prematura edad, cuando recién florecía el rosal de sus ilusiones.
Este hospital ha vuelto a enderezar proa hacia un horizonte de continuo perfeccionamiento. Es como un barco que se mece en el mar proceloso de la ciencia, en que cada cual de su personal es un alerta vigía. Nada se hace sin la cooperación de todos y cada uno, ningún esfuerzo por modesto que sea es despreciable y aquí se triunfa sobre las dificultades porque reina la más perfecta armonía. Si alguien me preguntara si tenía temor por el mañana, daría la respuesta de aquel jefe a quien un centinela le interroga si estaba próximo el término de la guerra, y quien contesta que ya se veía el dorado amanecer. Igualmente yo contestaría que con claridad meridiana ya veo venir el dorado amanecer de un día mejor para nuestro hospital que conquistará un sitio de honor, mientras abriguemos la suprema aspiración de progreso."