ESTAMPAS DE CAÑETE

Alfonso Concha Acuña

ALBERTO POUCHUCQ ARTIGUE

Su gran corpachón y su fama de bueno para los puñetes, al principio, cuando no se le conoce personalmente, causa distancia; pero después cautiva con su simpatía personal. Bueno para reír, es un gastrónomo de gran capacidad estomacal; cariñosísimo en su casa, es capaz de dar la camisa cuando quiere servir.
Su fortuna la hizo paulatinamente; pero, sea por malos negocios o por tirarse muy a fondo a la buena vida de gastos, pasó por crisis que venció con toda hidalguía. De gran entusiasmo para el trabajo, es inteligente y capacitado; no se lo pita cualquiera y no se deja engañar ni engaña a nadie.
Hombre bueno como el pan, bueno para la fiestecita en sus tiempos mozos, ha cruzado combos con destacados buenos para las cachetadas. Cuentan que en una ocasión, con un amigo, entre chiste y trago, allá por medianoche y ante testigos, fueron al mismo Estadio a pelear, y fue una de puñetes de toros que no se entendía. Parece que fue empate, y andaban bastante puestecitos.
Casado con la dije señora Graciela Cáceres, ha tenido la suerte de que le hayan dado unos hijitos que había que arrancar de ellos por los “maullidos”, pero —me dice— que ahora, en colegio santiaguino, están muy cambiados.
Don Alberto Pouchucq es radical de misa; fue Gobernador en tiempos del recordado Presidente Radical don Gabriel González Videla; ha sido Presidente de Rotary y gran colaborador en toda obra social.
Franco y dicharachero, aun siendo Gobernador, se iba a la recámara de amigos abasteros y comía los ricos chicharrones con sus toques de tinto, a los que acompaña un buen asado.
Listo como scout, también explora en los campos del canto y, estando entusiasmado, salta con su canción:
"Niña de los ojos claros de mis recuerdos, estoy prendido a tu vida..."
Dadivoso, sobre todo si está con traguito, a Víctor Correa le regaló una noche, delante de mí, unas riendas que encontró a su paso en su casa. Correa, ni corto ni perezoso, fue a buscarlas, y tuvo la desagradable sorpresa de encontrarse con don Manuel Cáceres —su suegro tan querido—, quien casi lo saca a latigazos, pues resultaba que las riendas eran de don Manuel...
Alberto Pouchucq tiene una ascendencia de lucurnia por sus padres. Don Roberto, su padre, caballero que parece arrancado a un cuadro de la antigüedad, con su luenga y bien cuidada barba a lo capuchino, ha tenido fama de ser un caballero por donde se le mire.
Rangoso, habitué de buenos restaurantes, infundió en sus hijos los rasgos propios de él. Por su madre, tiene ascendencia peruana.
Sus hermanas son un puñado de simpáticas, muy hermanables y ejemplo de hogar de paz.
Cuando fue colgado de la brocha del cargo de Gobernador de Cañete —cuando subió don Carlos Ibáñez a la Presidencia—, se fue a Santiago y se bate como fiera contra los embates de la vida. Y ha ido triunfando.
Cuando fue nombrado Gobernador, yo le organicé un gran banquete en el Club Social.
Concurrió, puede decirse, todo el pueblo, porque Alberto Pouchucq es persona muy querida allí.
Los discursos fueron sabrosos y de jerarquía intelectual... menos uno.
Pouchucq Artigue habla bien; maneja el léxico castellano a su antojo y ya no se atraganta ni va a saltos con las palabras, en su tic nervioso que antes tenía. Capacitado y versado, hará nuevamente un buen papel si el buen criterio se impone y se le nombra Intendente de Arauco, como bien se lo merece.
¿Usted cree que esto que digo es broma? Ah, ah…
Es compadre de Jesús Infante. Cuando esté grande el ahijado, ¿a quién le echará la culpa de este desaguisado? ¿Al que lo ofreció o al que lo aceptó? Con tal que no le den ganas de cambiar de padrino al chico... Es capaz.
Y ahora, un paréntesis de tristeza:
Tengo que anotar que en junio de 1961 falleció Alberto Pouchucq, trágicamente, al chocar el avión en que iba a Cañete en busca de una enferma.
Es decir, cayó llevado por su gran corazón.
Cuatro días antes lo había encontrado en Linares, en la Plaza de Armas, pues llevaba a sus suegros a Santiago.
¡Qué iba a pensar yo que aquel abrazo que nos dimos iba a ser la despedida eterna!
Me recuerdo que con esa sinceridad que siempre colocaba en los actos de amigo, me dio el pésame, pues le conté que el día 12 de junio había fallecido mi idolatrada madre.

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