No es fácil crecer y convertirse en adulto; pero cuando el miedo a avanzar en edad crece más allá de lo normal, se habla del Síndrome de Peter Pan. Todos hemos conocido a alguien aquejado de este mal.
Alguien que suele aparentar menos edad de la que tiene, a la vez que se resiste a asumir los compromisos propios de su edad. Es el típico joven eterno que elude las exigencias del mundo real escondiéndose tras un mundo de fantasía.
Se esfuerza por ser admirado y reconocido, y tiende a culpar a otros cuando no le va bien. Tal como los niños, quiere que se le dé inmediatamente aquello que pide pues, de lo contrario, se enoja.
Es incapaz de aceptar la crítica y reconocer sus errores. Se siente con derecho a exigir sacrificios de otros y suele reaccionar mal si éstos no responden a sus demandas. Busca siempre un trato excepcional, mostrando una verdadera dificultad para seguir el orden establecido, como acatar una norma o hacer una cola. Espera siempre ser el centro de atención.
Parece despreocupado y feliz, pero en el fondo oculta un profundo sentimiento de soledad e inseguridad. Es cierto que goza de muchas cualidades personales pero tras todos esos atributos se esconde una tremenda carencia afectiva.
Es por eso que el célebre personaje Peter Pan se ha convertido en el paradigma del niño eterno. Le atrae más el País de Nunca Jamás, donde habita la infancia idealizada, que su momento real, la madurez.
Su principal enemigo es el Capitán Garfio, un hombre abrumado por el tiempo, en la figura de un cocodrilo que se ha tragado un reloj. Un hombre condenado a envejecer y morir, mientras él goza de su eterna juventud.
Esta imagen coincide con la imagen del dios griego Pan. Mitad niño, mitad bestia, no tiene padres, pues según la mitología, era hijo del dios Hermes y de una ninfa, quien lo abandonó recién nacido.
Así, el abandono (o la percepción de abandono) explica su dificultad para dar aquello que nunca han recibido. Por eso los Peter Pan que conocemos, también llenos de heridas de infancia, no pueden dejar de ser niños para convertirse en padres.
En vez de eso, se rodean de “cuidadoras” que cubren sus necesidades y asumen las responsabilidades que ellos desechan. Este papel es representado en el cuento por Wendy, quien actúa como protectora de Peter. Por eso es que se ha denominado también como el “Síndrome de Wendy”, a aquella tendencia de algunas mujeres, a actuar como verdaderas madres de sus parejas, aportando a la relación, la parte sensata y adulta.
Mal pronóstico cuando se junta un Peter con una Wendy, porque junto a su cuidadora, el niño nunca crecerá. Para ser un adulto sano se necesita tomar la decisión de crecer. Renunciar a ciertas cosas para conseguir otras, asumir responsabilidades, aceptar los propios errores, tolerar la frustración y, sobre todo, llevar una vida más generosa y menos egocéntrica.
Esto no significa hacer a un lado para siempre a nuestro niño interior, sino que éste se equilibre con la parte adulta, la que es capaz de salirse de sí misma para amar a los demás. Y muchas veces, para conseguirlo, se debe recurrir a un trabajo terapéutico.