Comerciante antiguo, primeramente tuvo sociedad con los hermanos Petit-Laurent y es un honorable y ponderado ciudadano. Excelente jefe de hogar, muy sobrio y de fino trato, pasa por ser uno de los cañetinos más apreciados por sus dotes de caballerosidad y don de gentes, cualidades propias de casi todos los comerciantes de esa plaza.
Actualmente trabaja con sus hijos bajo la firma Gregorio Aguayo e hijos, en local propio y con numerosa clientela; su tienda y sección abarrotes es muy surtida; son comerciantes correctos y queridos en todo el departamento.
Tienen mercadería antigua y no la suben de un pronto a pronto para tener pingües ganancias; prefieren atender bien y más barato a sus cliente. Los campesinos y los mapuches en especial se entienden muy bien con don Gregorio, pues dentro de su habitual calma y seriedad, sabe ser alegre y dicharachero cuando está vendiendo.
No esquilman al pobre campesino y no condicionan mucho las ventas cuando hay escasez de algo; ellos le guardan para sus buenos clientes el azúcar y la yerba o el aceite, cuando faltaban esos artículos de uso habitual. Constante para el trabajo honrado, es un ejemplo de comerciante digno y culto. Jamás se le verá brotar de sus labios frases destempladas o de crítica de pueblo chico; sabe vivir con todo el mundo, como se dice vulgarmente.
Ha educado muy bien a toda su familia y su hija Nora ha sido reina de un rodeo de Cañete, pues, es una hermosa señorita, que además, es sencilla y gentil. Es indudable que salió a su mamá, no así Alfredo.