Featured

CATILINA: UN ROMANO DEMASIADO ACTUAL PARA TENER DOS MIL AÑOS

deudas2

Por: Gorart Villarroel
Para entender a Catilina, imaginemos por un momento un Chile romano: gente endeudada, élites satisfechas, políticos en guerra chica y un país que cruje por dentro mientras todos fingen que nada pasa. Ese era Roma, año 63 antes de Cristo.

Había crisis económica, escándalos, corrupción, malas prácticas y un pueblo ahogado en deudas. En ese escenario aparece Lucio Sergio Catilina, un aristócrata con ambición desbordada y discurso potente.
Catilina quería ser Cónsul (algo así como Presidente), pero perdió. Perdió de nuevo y después perdió otra vez.
En cada derrota crecía su resentimiento, como también su lista de promesas, hasta que propuso algo que partió a Roma en dos:Tabulae novae: “Borraremos las deudas. Todas. Partimos de cero.”
Para los endeudados era música celestial.
Para los ricos, un atentado al orden.
Para la clase política, un peligro insoportable.
Entonces Catilina hizo lo que ciertos líderes hacen cuando el sistema los deja fuera: se radicalizó.
Reunió a descontentos, veteranos sin pensión, campesinos arruinados y jóvenes sin futuro.
Prometió una Roma nueva, justicia social y un ahora sí que las cosas iban a cambiar todo.
La élite romana entró en modo pánico.
Cicerón, el orador estrella y defensor del modelo, lo pulverizó en el Senado con una frase inmortal: “¿Hasta cuándo, Catilina, abusarás de nuestra paciencia?”
Catilina respondió no con discursos, sino con una conspiración.
Planificó un levantamiento armado. Buscó incendiar edificios públicos. Quiso derrocar a la élite y tomarse el poder.
Lo acusaron de terrorista, populista, demagogo e irresponsable, todo junto.
Roma se polarizó, la crisis se aceleró y finalmente, Catilina calló, no porque se arrepintiera, sino porque lo hicieron desaparecer del mapa político.
Murió en batalla, rodeado, sin rendirse.
Su nombre quedó como sinónimo de conspiración y locura política; pero aquí viene el giro incómodo:
Roma cayó mucho después, no por Catilina, sino porque nunca quiso enfrentar las desigualdades que él explotó.

¿Te suena?

Roma pasó años acumulando deudas, peleas políticas y élites convencidas de que todo podía seguir tal cual, total la gente siempre aguanta. Hasta que apareció un Catilina diciendo lo que nadie quería escuchar. No porque fuera un iluminado, sino porque cuando el malestar se acumula, tarde o temprano surge alguien listo para patear la mesa y después preguntar inocentemente quién la desordenó. Pero bueno, esa fue Roma.
Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia histórica.
Por supuesto, Catilina no tiene equivalente moderno.
Los parecidos siempre corren por cuenta de quien los imagine.
Dos mil años y seguimos preguntándonos lo mismo:
¿hasta cuándo abusarán de nuestra paciencia y hasta cuándo dejaremos que lo hagan?
¿Hasta que las velas no ardan?
Parece que sí, porque en dos mil años hemos cambiado de imperios, de idiomas, de tecnologías y de banderas, pero no de conducta. Seguimos tolerando abusos, promesas infladas, élites desconectadas y mesías políticos que aparecen justo cuando el sistema se llena de grietas.
En el fondo, Catilina sólo fue el síntoma.
Nosotros, dos milenios después, seguimos actuando como si el síntoma fuera el problema y no la enfermedad.
Así las cosas, será hasta que las velas no ardan o hasta que a la ciudadanía se le acabe la paciencia y decida que no está para seguir siendo espectadora de su propia historia.