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Por estos días, Ray Kurzweil, uno de los cerebros detrás de los grandes avances tecnológicos de las últimas décadas, volvió a dar titulares. El mismo que anticipó cosas como la inteligencia artificial, los smartphones o internet, ahora asegura que estamos muy cerca de vencer a la muerte.
Sí, tal cual: dice que pronto seremos capaces de “revivir” a los muertos mediante nanobots que recopilen recuerdos y los reconstruyan en una especie de avatar digital hiperrealista. Según él, en 2045 ya estaremos fusionados con la inteligencia artificial. Suena increíble y a la vez aterrador; pero hay algo que no cuadra.
¿Revivir o simular?
¿Qué significa revivir? ¿Poner en una pantalla los gestos, frases y recuerdos de alguien querido? ¿Eso basta para decir que ha vuelto? ¿O estamos cayendo en la trampa de confundir memoria con presencia, y datos con alma?
Kurzweil no es un loco, ni mucho menos. Tiene una trayectoria brillante y ha acertado muchas veces. Pero aquí, más que un ingeniero, parece un mesías digital con una promesa demasiado grande para tomársela a la ligera. Entre la predicción y el delirio hay una frontera, y da la impresión de que ya la cruzó.
No somos una APP que se reinstala
Hay una idea peligrosa rondando: que si juntamos suficientes datos sobre una persona, fotos, cartas, voz, gestos, mensajes, podríamos "traerla de vuelta". Pero eso no revive a nadie, apenas una versión vacía por dentro. Un reflejo sin alma, que se mueve como tú, pero no eres tú.
Porque no somos sólo recuerdos ni un archivo de frases célebres. Somos mucho más que eso. Hartas cosas más... y eso no se puede digitalizar.
¿Y si en vez de vivir para siempre… vivimos mejor ahora?
La paradoja es brutal: queremos digitalizar a los muertos mientras ignoramos a los vivos. ¿Inmortalidad para unos pocos mientras la mayoría muere por falta de lo básico?
¿Humanidad 2.0 o humanidad perdida?
No se trata de estar contra la tecnología. Se trata de no entregarle lo que no le pertenece. De no convertir el dolor humano en espectáculo digital ni la memoria en una interfaz editable.
Podemos avanzar, sí. Pero no todo lo que puede hacerse debe hacerse. Sobre todo si hacerlo implica perder aquello que nos define.
Nuestra despedida no la escribe un algoritmo.
El día que dejemos que las máquinas hablen por nosotros incluso después de morir, no estaremos avanzando: estaremos cediendo. No venceremos a la muerte, sino que renunciaremos a lo que nos hacía humanos. Porque lo esencial no se simula, no se codifica, no se reemplaza.
Antes de correr tras la promesa de la inmortalidad, tal vez deberíamos hacernos las preguntas que importan:
¿Para qué? ¿En nombre de qué? ¿A costa de qué parte de nosotros?
Porque no somos sólo datos ni recuerdos digitalizados, somos misterio y los misterios no se programan.
GV